Blandengues, o la decisión de la nada
Alberto es blandengue. Desde que con el liceo fueron al mausoleo de Artigas se fue gestando en su ser el deseo de ser uno de esos hombres serios, vestidos de trajes llenos de placas y brillos. Es más, fue al colegio militar para serlo. Al contrario de lo que muchas personas creen, él encontraba algo placentero en la quietud estática de la verticalidad. “Antes de estar acostado mirando Netflix, prefiero quedarme parado solo” decía. Cada vez que lo criticaban él encontraba la forma de salirse con la suya, dependiendo con quién utilizaba cada respuesta: a les más hippies, les decía que era su forma de meditar, a los fans del gym les decía que era su forma de hacer ejercicio, que sacaba músculos en las piernas y en los glúteos, o inventaba que se ponía auriculares invisibles y escuchaba audiolibros cuando hablaba con les intelectuales. Así fue complaciendo a todo el mundo, haciéndoles comprender que ser blandengue tenía muchas virtudes. Pero en realidad, a él solo le generaba placer...