Micaela adoptará un perro

Micaela estaba triste. Micaela quería un perro. 

Hacía unos meses que se había vuelto vegana, pero su corazón estaba insatisfecho, necesitaba hacer algo más por la humanidad. Bah, por la naturaleza. Ella anhelaba volver a sentirse parte de la naturaleza.

Cuando era niña se dedicaba a mirar las hojas bailar en el patio de su casa, podía estar horas y más horas mirándolas y viendo como su danzar se podía dibujar en el cielo. Ahí fue cuando empezó su amor por el dibujo y el macramé. Al principio sólo intentaba imitar el movimiento de las hojas al caer con papel y lápiz, pero luego se dedico a crear hojas de diferentes materiales: cuero, metal, madera, papel de plomo, fideos, entre otras. Su pasión radicaba en encontrar el material que lograra caer de la misma manera que caían las hojas de su casa, pero por más que lo intentara, no alcanzaba su objetivo. Hasta que un día probó el macramé.

Demás está decir que su experimento fracasó, pero encontró un lugar seguro en el anudar hilos y enlazar cuerdas. Sentía que podía unir cualquier cosa sólo con su capacidad de amarrar. Fue tanto el compromiso y amor que le ponía a cada nudo, que su tía decidió llevarla a los scouts para que aprendiera de les mejores maestres. Comenzó entonces a ser capaz de anudar de millones de maneras y se dedicó a practicar sin parar, pasaba noches enteras mirando manuales y repitiendo nudos, ataba los cordones de los championes de sus compañeros en la escuela, se hacía trencitas con nudos estrafalarios y cuentas que le llevaba horas desenmarañar después. Ella creía en el poder de anudar, tanto que un día ató a sus padres a la hora de la siesta después de haber tenido una discusión a los gritos a la hora del almuerzo, una osadía que increíblemente dio muy buenos resultados (no se divorciaron hasta 8 años después)

Pero más allá del aprendizaje lazado brindado por los scouts, se reconoció a sí misma conmovida con la naturaleza: sentía la vida correr a través del tronco de los árboles al abrazarlos, se sorprendía con cada uno de los seres subterráneos que se encontraba cuando trasplantaba tomates en su huerta y percibía una electricidad que subía y la renovaba cada vez que apoyaba sus pies descalzos en la arena. Vio que era maravilloso y lo quiso unir todo. Todo todo. 

Enlazó los dedos de sus pies con un hilo rojo y por los otros extremos se ató con los árboles y las plantas que le gustaban, enterró otros hilos en la tierra y la arena, se ató a rocas, a los tomates y a su gatita Confite. Esta fue la primera performance de cuarenta y cinco. Desde ese momento hasta la actualidad se ha profesionalizado como performer y como artista plástica, se inscribió en Bellas Artes y comenzó su propio atelier en la ciudad. Todo marcha bien, sus cuadros y sus esculturas de tomates e hilos se vendían a grandes cantidades de dinero y ha tenido la oportunidad de exponer en el exterior. 

Pero como no todo es atar cabos y enlazar dinero a alquileres, ella nota la falta de vida entre el asfalto. Ella nota la lejanía de todo lo que la hace vibrar. Fue por eso que como primera decisión, y en contra de los deseos de su novie y familia, se volvió vegana. Se siente mejor, mucho mejor. Pero ahora necesita algo más, alguna otra llave que la acerque a un mundo más armónico con ella. Un perrito es una buena opción, aunque en la ciudad hay que sacarlo a pasear y juntar su caca, eso no la entusiasma mucho.

Será un perrito, o si no, se mudará. Todo está por verse y sí que hay cosas para ver.

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