Quienes encendieron la antorcha 🔥

Hoy miré una publicación del 8M que decía algo en referencia a la importancia de esas personas que te iluminaron y te mostraron sobre la desigualdad, la lucha y el feminismo, incluso sin ser conscientes de ello. Me revolvió la memoria, sentí que quería escribir sobre dos de los momentos que hicieron luz y que llevaron a reconocerme feminista, aunque se que son muchos más. 

Hace muchos años atrás, hablando con un varón sobre mi indecisión de si ir o no a un lugar por lo tarde que se me hacía para volver a casa sola, el me miró y me dijo claro, vos tenés miedo a que te pase algo. Ahí me cayó la ficha, él estaba percibiendo mi decisión con ojos de varón, no con mis ojos. No con ojos de mujer que teme a que le pase algo: ser violada, raptada, abusada, asesinada en manos de un o unos varones. Tuvimos un intercambio en el que él me dijo que a lo sumo tiene miedo que lo roben, pero nunca teme a que le pase algo. Recuerdo como empecé a sentir la bronca de la injusticia, empecé a reconocer sus privilegios y a querer escapar de ese estado de alerta constante en el que vivo, en el que vivimos. Reconocí por primera vez que ese estado nos impide hacer lo que deseamos con libertad, nos impide pensar, nos impide disfrutar de muchos momentos en los que nos merecemos gozar o vivir con tranquilidad.

Otra antorcha se prendió cuando fui líder de campamentos en enero del 2018. Estábamos recién empezando a cuestionar el lenguaje como equipo de líderes y charla mediante previa al campamento, decidimos utilizar el todas y todos. Yo, a pesar de que lo veía correcto, no estaba acostumbrada a esa forma de hablar y creí que me iba a hacer ruido, que me iba a cansar, que les adolescentes se iban a alejar. El miedo al rechazo en una semana en la que debemos de crear una comunidad instantánea, me hacía preguntarme ¿hasta dónde se va con esto? ¿Qué vamos a sacrificar en temas de cercanía? Todo esto picoteaba en mi mente hasta que M empezó a decir todas y todos con una naturalidad desbordante y me sentí incluida en el discurso, me sentí incluida como ser dentro de un colectivo, sentí que nos hablaban a nosotras, que también teníamos que ponernos calzado cerrado y que también nos teníamos que ir a lavar los dientes. Por primera vez me sentí incluida de verdad, se que suena a cuento de Disney, pero dio luz a lo que estaba en la oscuridad. A partir de este momento empecé a hablar de forma inclusiva la mayor cantidad de tiempo posible. Y como todo esto se mueve a una velocidad extremadamente rápida, a finales de ese mismo año ya estaba empezando a utilizar el todes. Tengo el recuerdo de decir en mi clase: tengo ganas de utilizar el todes, ta? y tener el aval de ese profesor, que podemos decir muchas cosas de él, pero me alentó a ser y por eso le agradezco.

Este año, ahora, hace poquito poquito, siento que empezaron a caer otras datas con formas. Esas datas que hace tiempo vienen cayendo, haciéndose espacio, cuestionándose interna y externamente. Siendo molestas. No apreciadas ni abordadas, molestas, picando como buzo de lana áspera en contacto con la piel. No se si esta luz de la que hablo viene de parte de personas concretas, pero yo lo asocio más que nada del compartir colectivo con otres, espacios, poner el cuerpo en lugares. 

Dos situaciones de las cuales caen al plano consciente están transformándose en mi: la primera es el derroque de la competencia internalizada entre nosotras. Me encontré toda mi vida compitiendo con las demás porque era lo que supuestamente había que hacer: a ver quién era más linda, más talentosa, más inteligente, más amiga, más buena, más perfecta. Todo esto me llevó a ser muy dañina conmigo y con las demás, siendo incapaz de alentar y reforzar talentos y confianzas en las mujeres que resultaran amenazantes para mi trono - y lo digo así porque llegué a concursar para que me dieran la banda de la más linda y compañera -. Esto me alejó de un crecimiento necesario para ubicarme donde estoy hoy. 

Al dejar de competir, me dejo de comparar y le doy lugar a lo que realmente me pasa. Al dejar de competir me miro con más amor. Nos miro con más amor. Me siento más parte de una grupalidad y un colectivo.

La otra llamita que se va prendiendo es la de la habilitación de la ternura y de la vulnerabilidad. Por mucho tiempo me comprendí como una persona distante - más allá de lo que digan quiénes me conocen, yo me percibí así. Acá me juzgo, porque se que soy un muffin del amor con mis amigues, pero es algo más interno. Me percibí intentando evadir la ternura y la vulnerabilidad que me volvían indeseable, que me feminizaban. Quería demostrar mi fortaleza, mi valía, mi capacidad de liderazgo. Quería ser una mujer impenetrable. Quería demostrar que mi energía masculina era potente y apoyándome en ello, iba a alcanzar las metas que me propusiera. 

Por más que esta energía en forma de cortina antibalas me ha salvado de varones del mal, me ha cerrado de tal forma que negué a mi capacidad de ternura. El otro día, una compa compartió en redes una publicación que decía algo como: mereces estar en espacios que realcen tu ternura y vulnerabilidad. Me llegó al cuerpo. Noté que esto era algo que no sólo me pasaba a mi, si no que nos pasaba a muchas. El tener que volvernos unas machitos para ser escuchadas, para habitar espacios que queremos habitar, para intentar estar a la par que los varones y para que se nos adjudiquen algunos de esos privilegios que tienen. No vale la pena. No vale la pena ser alguien que no somos para estar en los lugares que queremos estar. 

"La verdadera pertenencia nunca nos pide que cambiemos lo que somos. La verdadera pertenencia requiere que seamos quienes somos" - Brené Brown

La identidad mutable se va construyendo desde el amor, desde el ser celebradas por quienes vamos siendo. Merecés sentirte celebrada, merecés celebrarte a vos y a las demás. Y en ese camino, mientras vayas siendo con todas tus vulnerabilidades y tus tropezones, vas a ir encendiendo las antorchas de otras, otres y otros. 

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