Sean sinceres con la psicóloga

Cuando Mariana salió de la psicóloga y vió que su bici no estaba, decidió no volver a entrar. No había nada que la psicóloga pudiera hacer en este momento más que darle un abracito y no sabía si era profesional requerir ese contacto de ella. Además seguro estaba por empezar la próxima sesión y no quería ser de esas pacientes que roban más tiempo del estipulado. Agarró su casco y comenzó a caminar lentamente hacia la parada del ómnibus, mientras las lágrimas caían por sus pómulos invernales. Hacía frío. Si, hacía frio y ahí comenzaba la lluviecita helada y el paralelismo psicocósmico y la puta madre que te la remil parió. 

Yo lo sabía, se dijo. Lo sintió cuando dejó la bici sin candado en ese patio que muchas veces había cumplido excelentemente su función. Llegó a pensar en que la había dejado a propósito. Pero no nos sorprendamos mucho de esta idea, recordemos que ella salía de la psicóloga preparada para seguir analizando sus acciones, principalmente las inconscientes. 

La noche anterior se había caído de la bici al finalizar la bajada, entre las piedritas. Mientras descendía tuvo el pensamiento de que iba a suceder, fue una premonición de derrapada que se hizo cuerpo. No fue algo muy bueno para su ansiedad que a veces la visitaba con premoniciones atroces. Por suerte sólo se había raspado una mano y tenía un machuchón violeta en el chorizito de grasa de la cadera que parece que está ahí para amortiguar algo, cual muñeco michelín. 

Lo importante fue lo que pasó después. Después escribió un WhatsApp en el grupo de sus amigos. Y bue, como todes dirás, pero no nos olvidemos que en el grupo de sus amigues también estaba su ex. Sepamos que escribió un mensaje sólo para notificar porque ella en realidad estaba bárbara. Es decir, se sacudió las piedritas, dijo au au y se subió de nuevo a su amada bici, llegó a su casa, se limpió la mano con jabón neutro y miró su celular. El primer mensaje era de él. Le preguntaba si estaba bien, si necesitaba algo. Inmediatamente se dio cuenta de lo que había hecho y por qué.

Por eso cuando le contó a la psicóloga que se había caído, no dudó en decir que era para llamar la atención de él. En realidad fue un poco más cinematográfico. Mariana le dijo a su psicóloga que creía que lo había hecho para llamar la atención, la psicóloga le preguntó de quién y ella respondió el nombre de su ex, sin medias tintas y sin los velos de vergüenza que a veces la azotaban al ir a la psicóloga. De la cara de la psicóloga se podían escribir poesías completas, tomos, antologías. A veces Mariana pensaba que si no era más honesta nunca la iba a poder ayudar de verdad. En fin, lo que siguió de sesión fue profundo y pudieron navegar esa necesidad de la atención de él.

Y le robaban la bici. Mientras se acercaba a la parada y le mandaba un video a su amiga sobre que su bici no estaba más, pensaba en que habían dos opciones: o era el llamado de atención más grande y estúpido que había hecho hasta la fecha, o era la despedida de ese ser humano en su vida. Decidió quedarse con ambas, porque somos seres complejes y estamos llenes de contradicciones. Mientras cambinaba, lloraba un poco, se limpiaba los mocos, sonreía. Porque ese día se dió cuenta de que si lastimarse y descuidarse eran las formas de llamar la atención de quién una vez la quiso, no valía la pena tanto esfuerzo. 

Tomó el bondi, que la dejaba a una cuadra de su casa, pero fue para atrás para comprar uno de esos cafés instantáneos que tienen leche en polvo y se hacen llamar capuchinos. Llegó a su casa, aprontó el beberaje y se puso a mirar Friends entrecortado con llantitos. Todo lo demás lo iría macerando después.

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