Entre la tempestad y el cosmos
Miro la tempestad que navegan mis pupilas pero ya no me asusta. Siento la certeza de la tormenta, del mar enfurecido en mis ojos. Donde antes era plástico ahora se puede ver el cosmos, ahora se vive la tempestad. Estaré mirando más arriba, se verá esta interpretación honesta. Estoy tranquila en dejar vislumbrar el remolino, me merezco la tormenta abierta, indisciplinada y latente.
Durante años tuve miedo de meterme muy profundo en el agua brava, de navegar lo incierto y peligroso, de mirarme adentro por demasiado tiempo. Acostumbrada a miradas escapadas, me encontraba descubriendo el piso en un acto de solidaridad. Mi pequeña pupila solitaria y aparentemente indefensa ha hecho tanto esfuerzo para permanecer en donde está, en especial cuando la falta de querer ver más allá me deja los ojos rojos de cansancio y sequedad. Son las ideas de lo que viene y de las que creo que otres quieren que me venga.
Hoy que todo se vuelve práctico y que la supervivencia se mezcla con el descubrimiento y el asombro, dejo lo que una vez se sintió como casa y encuentro difícil sentarme a escribir. Encuentro difícil sentarme a pensar. Encuentro difícil sentarme y habitar la incertidumbre. Pero reconozco la pupila, mi pequeña pupila encendida alerta a la verdad, al sentimiento de certeza.
Es la vulnerabilidad a flor de piel, pero no la de la idea que una vez temí habitar. Se nota que habito ese limbo desde la convicción de lo que ya soy, con el corazón pelado y las corneas deseando ver. Retina derecha que encuentra lo que no se ve.
Se pocas cosas, pero se con certeza del revés de mi mirada.
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