Pincha

Una espina casi invisible le venía pinchando el dedo y la muñeca sin parar. Miró su mano con la linterna del celular y pudo atisbar una especie de pelo que al tocarlo tensaba toda su mano. Era minúscula e imperceptible, pero molesta al punto de inhabilitar el momento de dormir la siesta: cualquier movimiento que hiciera, cualquier roce de sábanas, incluso la inmovilidad absoluta, todo generaba un pequeño pinchacito tensante. Se llegó a preguntar si no sería su sistema nervioso creándole un tic nuevo que le decía que estaba en cualquiera. Porque honestamente se sentía estar en cualquiera.

Salió así desnudita como estaba hacia el baño y se dedicó a buscar una pinza de cejas entre los neceseres de sus compañeres de casa que se habían ido al mar. Después de revisar más de lo debido, se encontró con una pinza verde agua gigante con la capacidad de depilar un jabalí. Se dispuso a retirar la espina lentamente pero se encontró con una seguidilla de intentos fracasados. Probó de un lado, probó del otro, sintió que quebraba la espina en dos, que la metía más para adentro, maldita pinza depila jabalís, y mientras tanto pensaba en lo curioso de haberse clavado 4 espinas en estas últimas dos semanas. Había tenido la suerte de que dos de ellas eran negras y la otra en realidad era un cactus que solo se le clavó en la pierna y le dejó unos puntitos rojos y hasta un pequeño machucón. ¿Qué significaba?

Mientras un arranque de desesperación la llevaba a decidir sacarse directamente la piel que rodeaba la espina, se puso a pensar en que todo le estaba saliendo mal. Ninguno de sus planes estaban saliendo a la luz, nada estaba funcionando como debería funcionar. ¿Qué pasaba? ¿Era acaso clavarse espinas una especie de autocastigo? ¿Era una especie de corrector divino de vivir escuchando su propia voluntad? No supo claramente lo que era, pero se autoconvenció de que ella había escuchado su propia voluntad y una vez más había hecho lo correcto. Lo que se supone. Ahora estaba atrapada. Ahora tenía que seguir esperando indicaciones de alguien más. Ahora tenía que parar la hemorragia que se había autoprovocado por haber cinchado de la piel con tanta fuerza. Chupó su dedo índice y se miró al espejo. Se vió ahí infantilizada, con los ojos secos del calor incesante de ese agosto atípico, con las mejillas hinchadas y rojas, chupándose el dedo que sangraba más de lo debido. Dejó de chupar y miró la gota de sangre gorda caer a la pileta. Una dos tres cuatro gotas que caían mezcladas con las otras gotas saladas que salían a borbotones de sus ojos. Lloró con ruido. Cayeron mocos. Se tapó la cara y al hacerlo se llenó de sangre, sangre que dibujó una sonrisa sobre la suya y la hizo reír. Se miró llorando tomate rojo sudado triste y se rió de lo estúpido que era enojarse siendo este privilegiado ser.

Abrió la ducha más fría que le permitía este calor y se metió debajo. Todo estaría bien, como lo había estado siempre. Recordó sus 14 años y "o aprendes a querer la espina o no aceptes rosas". Fue seca a medias hasta su cuarto cantando una canción que odiaba pero que hoy la hacía sentir cerca a su casa. Ya no habían pinchazos. Solo quedaban esas gotas de agua lavanderas que al contacto con el ventilador en 3 la hacían sentirse libre y fresca.

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