Antes que nada estaba ella sola

Antes que nada estaba ella sola. Buscaba las llamaradas dentro de lo que existía, de lo que comprendía. Cada vez se sentía más adecuado, más intrínsicamente único. Deseaba la paz de las situaciones, simpleza de la vida estable y bien vivida, sentirse entera. En realidad aquello que mucho tiempo había pensado que eran sus cadenas, era su arrullo de luna, el lugar desde el donde crear. 

Fue así que dudándolo escapó de las tres puertas bloqueadas, de los cuadros con imágenes de personas que existieron hace al menos un siglo y del chirrido del piso viejo de madera en esa antigua iglesia que la hospedaba. Gustó de caminar descalza, la madera dio paso a la piedra fría repleta de materiales de construcción, atravesando luego el pedregullo del estacionamiento. Lo sintio todo, lo importante era caminar. Se detuvo cuando llegó al pasto sin cortar, que dependiendo de los lentes que te pongas puede o estar lleno de malezas o decorado con las flores que pertenecen a esa tierra. Inició a sentir, luego de unos segundos, como las enredaderas subían y se entremezclaban con sus pelos largos, nacían las flores y 

Jugando con cada rama y ramita, comenzó la danza de cortejo entre sus venas y los filos clorofílicos que ingresaban en ella lentamente convirtiéndose en una. Kinestésico movimiento armónico, juego de contrapuestos en tensión excitante y orgánica. La danza convertíoslas en una, ella y los cardos indeseables de vecinas malhumoradas. Medio intrusas mientras bailaban juntas, mientras se convertían en una, se escaparon al monte. No pensaron en ningún momento, el éxtasis del cuerpo sudado en sensualidad las llevó hacia el río que corría entre las rocas. O quizás el también bailaba. 

Penetrando en el río, se bañaron en una danza que se volvía cada vez más frenética y mojada. Queriéndose entre les tres, dejaron sus naturalezas moverse al ritmo perfecto de la sincronía de la tarde en la cual el sol se hizo partícipe al escaparse lentamente de esas nubes traicioneras. Ritual de culmine éxtasis. Saliva agua salvia baño solar. Truenos de cumbre montañosa. Una caricia única. Vientos cálidos se acercaron lentamente, besando con las hojas de los árboles su cuerpo, las enredaderas, el río, quemándose al sol. 

What the hell? se preguntó a baja voz un inglés convertido en voyeur involuntario desde detrás de un árbol, que causó miradas de desesperación. Xerofíticas las plantas que estaban dentro de ella al secarse aspaventada, enredaderas que latían adecuándose a una nueva sequía. Ya no le importó la intromisión al sentir correr aquel hombre ignorante, bien sabía que todo aquello que se había secado seguía viviendo dentro de ella, ya nada volvería a ser lo mismo después de esa danza de libertad.

Zin

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