Adentro

Dormir o no dormir. Si tan solo se escuchara un poco más sentiria la panza moverse al respirar. Las panzas suenan no solo cuando tienen hambre, cuando tienen frio. Las panzas suenan de cagaso, en todos los sentidos. A donde queda la confianza en las decisiones? Qué es el cariño? Donde van las ollas? Todas las preguntas que la atacan justo al momento de la siesta y que hacen que su panza no se quede quieta.

Lo que revolotea es la culpa, y por primera vez en años no es la culpa por comer. Es la culpa por haber causado dolor. Se para y se mira al espejo, se mira su panza y su cara. Se tira un pedo y ve como la panza se contrae. Quizás comió demasiado humus. Se mira una vez más pero esta vez se concentra en el ombligo, un ombligo para adentro, como deben ser los ombligos piensa. Ve algo extraño, es como una pelusita negra que quedó atrapada ahí. La mira y no hace nada, deja a la pelusita ser. Se mira una vez más a los ojos esperando encontrar el perdón a sí misma pero no lo encuentra. Vuelve la mirada una vez más al ombligo y la pelusita negra parece haber crecido de tamaño, la deja ahí porque le hace recordar al buzo qué le regalaron sus amigues y que uso toda la mañana. 

Y de repente, el cosquillar de la pelusita la pone nerviosa. Mete su dedo adentro del ombligo de la misma manera en la que él le hacía cosquillas con el índice. Para tarado, me hace mal. No soy yo, es el dedo que ve un hueco y se emociona. Las risas, mirarlo a la cara de ojos achinados de la felicidad, iniciar a besarse y que él metiera nuevamente el dedo en el ombligo. Perdón perdón. Más risas, más su panza sabía que era amor.

Ahora él no está y al intentar pescar una pelusa se va introduciendo poco a poco en su ombligo. Primero el dedo que busca sin cesar, luego entra la mano, hasta que el brazo entero se hace espacio dentro de su cuerpo. Voy a tener que ver que es lo que pasa. Usando el codo como ayuda para abrir aun más el agujero, logra hacer entrar su cabeza y ve todo lo que hay ahí adentro. Aunque su primera reacción es el miedo, al instante sabe que esos interiores ya los conoce. Reconoce el almuerzo, los mares de humus con zanahoria, reconoce unas lágrimas, reconoce el dolor de la frente funcida. Reconoce sus músculos tecleando los mensajes y sus neuronas pidiendo ayuda al corazón para usar las palabras correctas y sinceras. 

Se ve ahí desde adentro y fuera a la vez, una paz la invade al reconocerse hogar de si misma. La verdad es que si es un templo. Mira una de las columnas que se está derrumbando lentamente entre arenas y un líquido ácido. Aunque no estudió ni arquitectura ni biología humana a la perfección, sabe que esa columna es importante, parece esencial, pero que hay otras que sostienen al lado. Se dividen el peso, ella lo sabe y aunque en este momento está creando con sus lagrimas un río dentro de sí, lo acepta, asi como acepta que ese río se vaya llevando lentamente todos los cimientos que van a quedar en el museo interactivo de la memoria. Quien dice que esos no sean material para construir algo más.

De a poco se deja salir, huele a ombligo. Se mira al espejo, mira el celular y descubre que aún tiene 16 minutos para dormir. Agarra a su peluche, pone la alarma y entre lágrimas tímidas, tiene sueños que después va a anotar y discutir con la psicóloga.

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