Su sillón



El sol pegando en la ventana hacía efecto lupa y le quemaba la espalda. Le gustaba. Todos los años en esta época, el frío exterior lograba que su espalda se convirtiera en una roca o millones de roquitas juntas, haciendo imposible levantar los brazos sin sonar como dos palitos golpeteando entre si. Más de una vez intentó hacer periódicamente algún tipo de estiramiento, yoga para la espalda, estos videos de chinos que se saben automasajear, pero lamentablemente generar hábitos nuevos nunca fue su fuerte. Se decía que era un período, que a veces los hábitos van y vienen, que es parte de la humanidad, pero con estas escusas pasó casi una semana sin lavarse los dientes. No es recomendable.

Esta tarde era especial, tenía el día libre y su hermana se había llevado al perro para la casa de sus padres, estaba solo, pero acompañado por el sol invernal y un café evaporante. Le encantaba mirar por la ventana como los árboles jugaban al viento convirtiendo en figuras extrañas cada una de las sombras que entraban a su hogar. Hoy se distraía, pero le parecía bien. Las cosas le llamaban la atención con una fascinación de la cual no estaba acostumbrado. Sería que había perdido la habilidad o la consciencia del estar solo? Será que ahora se sentía que podía mirar y desviarse sin el remordimiento del grupo manada mirándolo?

Lo distrajo el brillo que hacía un vaso abandonado en la mesa ratona cuando reflejaba el sol en el sillón que tenía en frente y reconoció lo mucho que extrañaba dibujar. Se paró, fue tranquilamente a su despensa de materiales y tomó por primera vez en meses su libro de bocetos. Crayolas, pasteles. Comenzó. No era un material al cual estuviera acostumbrado y al principio solo hizo unas rallas de colores a ver que podría pasar, pero una vez listo, no pudo más que intentar imitar lo que veía en frente. El sol ya se había movido y el resplandor no estaba más, pero el sillón era de una hermosura inmensa a su parecer. Mientras los trazos iban saliendo de sus manos, se preguntó qué estaría haciendo. Ella le había regalado esos pasteles y le había dado las primeras clases de dibujo y pintura. Qué absurdo, como si eso se pudiera enseñar. Pero se tuvo que comer sus palabras cuando aprendió de ella la magia de cerrar un poquito los ojos para ver realmente cuáles eran las partes que necesitaban más oscuridad o cuando le dijo que se fijara bien, que las cosas realmente no tienen el color con las que los vemos. Salir a dibujar juntes había sido revolucionario: un descubrimiento de su propia curiosidad y de su propio deseo. 

Volvió con su mente al dibujo, no sentía que estuviera quedando muy similar. Claramente la elección de color le estaba jugando una mala pasada. Una decisión artística más allá del las cosas no son realmente del color que creemos. Y ahí estaba, ella sentada en el sillón, intentando hacer un sudoku y pensando todo el tiempo en cómo haría su hermana para resolverlos tan rápido, tendía que haber una técnica especial o quizás era crear la técnica propia. Si, seguro ella creaba su técnica propia, como lo hacía para resolver problemas, hacer puzzles y tocar el Re en la guitarra. Como lo hacía con ella misma. A veces uno se enamora de las personas que tienen cualidades diferentes, como le atraía enormemente su capacidad de crear hábitos. Le asombraba. Cada meta que se proponía, por más absurda que fuera, la lograba, la convertía en propia. Qué placer verla llegar, sentarse en ese sillón que con cada trazo se iba haciendo más verosímil sobre el papel, y decirle algo como: ahora voy a probar por un mes ser vegana; voy a empezar a hacer la cama todos los días; me instalé una app para tomar agua, espero me sirva. La búsqueda continua de ser su mejor versión fue lo que le atrajo así como lo que lo distanció.

Cómo uno puede dejar de amar a alguien tan maravilloso. Es que sus capacidades y deseo de mejorar eran insoportables. No podían hacer nada sin que ella estuviera probando ser mejor. Si fuera ser LA mejor, todavía, pero no, era casi como si todo fuera desde la empatía con ella misma. Cada palabra, comentario, acción comprendía una moralidad insufrible de la cual era difícil escapar. Siempre caminando sobre cascaras de huevo, siempre pensando que ella sabía que era mejor. Él llegó a pensar que lo miraba con aires de superioridad como insinuando que él no era lo suficientemente fuerte para seguir sus ideales.

La última discusión fue acerca de qué cosa llevar para el cumpleaños de su mamá. A Teresa le gustaban las tortas de supermercado, encontraba un placer en sacar la tapa de plástico y que la torta se haya mantenido perfecta, con todos los firuletes en su lugar, con las decoraciones de manga intactas. Le encantaba no tener que lavar la bandeja. A punto de salir para el super, ella se paró y le dijo: ay amor, vamos a comprarle una torta en serio, bien hecha, con amor. Tengo una amiga que hace unas tortas veganas delis, Juli. Hablé con ella el otro día y está medio mal de guita, le daríamos tremenda mano y todo. Al escuchar estas palabras, él se dio media vuelta, la miró a los ojos y se preguntó por qué- Ella, más telepática que intuitiva, le sostuvo la mirada, asintió con la cabeza, agarró su totebag ecológica y se acercó para darle un beso en la mejilla y salir por la puerta. Nunca más la volvió a ver. 

Ahora algo le faltaba al dibujo. Un fondo. Miró nuevamente el sillón y comprendió que a veces, y hoy en particular, estaba rodeado de su energía rosa. En honor a ella, buscó el crayón casi inutilizado y lo pintó así. En honor a lo que construyeron en esa casa, en honor a lo que quedó al rededor del sillón, en honor al no haber encontrado a pesar de los años, alguien que pudiera dejar su energía impregnada en el espacio con un color tan fuerte que no tenés que mirar dos veces para saber que estuvo ahí. Para saber que esta también es su casa. 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Sistema radicular

Algo en la cabeza

Apagar la humanidad