Me encanta esto
De verdad, a veces me pregunto qué pasaría si yo dedicara todo mi tiempo a escribir. ¿Mejoraría? ¿Desarrollaría un estilo? ¿Publicaría algo? ¿Qué sucedería si sólo tuviera una pasión y me abocara a ella? Creo que la pregunta va más por ese lado.
Con este post me despido de todos los domingos de escritura. Los agradezco, tanto. Es muy loco saberme como una persona que se compromete consigo misma y que lleva adelante los pequeños grandes proyectos que le mueven el corazón. Acompasarme a mis intereses y ritmos hoy, presionarme hasta donde el deseo me lo exija. A veces, cuando menos tenemos ganas... ah, capaz que es eso. Tengo que escribir-
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El olor a cebolla y ajo salteados invadieron la pequeña cocina de azulejos azules y se escaparon hacia el living comedor por una puerta mal cerrada. Jimena se encontraba metida dentro de un libro de segunda mano que encontró en una mesa de donaciones, dejá de robarte cosas le decían sus compañeros - está ahí hace dos semanas ¿vos te pensás que alguien se lo quiere llevar? Aparte tengo el mismo derecho que todes elles. A veces se sorprendía al enterarse que ya no era una estudiante de 21 años y que esos mismos libros ahora se los podía comprar con su dinero de adulta. Ese dinero invisible que se mueve con las transacciones del celular.
La tranquilidad monetaria llegó tarde, después de años de tener unas pocas horas como docente, al final se efectivizó y lo logró. Su familia siempre fue de las que comían sobras congeladas a fin de mes y de ahorrar en papel higiénico, otras de las cosas que hay que comprar más seguido de lo que pensaba. Ahora siente el enojo subir desde su pelvis a su cara que se encuentra cada vez más caliente y roja ¿por qué este pelotudo dejó la puerta abierta? Cada vez que Juan se ponía a cocinar la sacaba de quicio. Para ella leer era un ritual, un momento de reconexión. Incienso, velas, armonía, estufa crepitando en Youtube y una mantita. Todo en su lugar. Todo arruinado con el aroma a cebolla y ajo saltedo.
No la malentiendan, a Jimena le encanta el olor a cebolla y ajo, pero no así, no ahora. No con una novela erótica de dudosa autoría. No. El enojo se iba racionalizando al decirse que bien ella podría ir a leer a su cuarto, pero ahí no había tele y la estufa ficticia era el toque especial que la hacía entrar en trance. No. Había una puerta, cuando se cerraba no habían posibilidades de penetración aromática, no. Juannnnnnn. Ella no sabía como decírselo tampoco eh. O bueno, más que nada tenía miedo de confesarle a su concubino, que muy bien cocinaba cada noche, que ella era una loca desquiciada que no podía soportar el olor a comida en medio de una sesión de lectura. Eso era, el miedo a pasar por loca, por insoportable, por mala concubina. Después de todo, hacía solamente medio año que se habían mudado juntes.
Decidió apagar el incienso, respirar todo el aroma que cada vez se complejizaba más y se preguntó: cuál es el libro? Benedetti, Schweblin, Austen... no, Enriquez. A veces hay que acomodarse para no desacomodarse. Pero solo a veces
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