VERA
Cartones apilados en la esquina, el recordatorio inmovil y polvoriento de lo que es necesario desechar. No recuerda hace cuánto están ahí, así como tampoco recuerda cuando fue la última vez que alguien vino a visitarla. Su casa era su pequeña guarida y solía manterla limpia para ella misma. Años de vivir con su madre y su abuela le habían enseñado que, no solo las visitas pueden llegar cuando menos las esperás, si no que hay que mantener la casa en condiciones para una misma: la cocina limpia para cocinarse, un living ordenado para generar otras posibilidades y la cama tendida para una sensación de bienestar general continuo. Atravesar la incomodidad como muestra de amor propio para terminar con las necesidades de control satisfechas.
Las cajas personalmente no le molestaban, así que se irían cuando permitiera entrar alguien a su espacio. Tarea dificil. Si se lo preguntaban, le costaba admitirse como una persona sociable más allá de un círculo cercano y de ese círculo, sólo muy pocas personas conocían su hogar. Disfrutaba ser una incógnita y decir: ya les invitaré a todes a cenar alguna noche que podamos. Ese día nunca llegaba y la ayudaba resguardarse en la escusa de ya habían puesto casa y no daba poner la suya después.
Así que los cartones seguían ahí, intocables y con alguna pelusa de cuando dejó la ventana abierta a inicios de la primavera. Al verla se sorprendió a si misma sintiendo un vacío profundo en el pecho. Juan había sido la última persona en entrar en su casa. El día que se fue ella tenía una alergia interminable generada por barrer la pelusa que se había colado por su ventana y apoderado de los rincones de su piso.
Eran inicios de primavera y Juan había venido a despedirse. Cuando una persona empieza un planteo con esto es lo que quiero y no me merezco vivir menos de lo que quiero, es porque está más preparada para decir adiós que para cualquier otra cosa. Ella estaba lista para acomodarse a los deseos de él, pero en el momento exacto en el que las palabras me puedo acomodar aparecieron en su mente, un escalofrío le corrió por la espalda. ¿Por qué ella se tenía que acomodar a algo? pero más que nada, ¿por qué no podía ser como Juan y decir lo que quería? ¿Alguna vez se lo había planteado? Aparte, qué venía Juan a hacerse el que es así o no es nada ¿Dónde está el construir el vínculo entre les dos? Desde algún lugar salió esa pregunta de su cabeza y llegó a los oídos de Juan. Vera, vos nunca me decís lo que querés. Yo estoy dispuesto a construir pero con alguien que sabe lo que quiere y lo sabe manifestar, no soy adivino, no me puedo meter adentro de tu cabeza o no se... si no me decis nada. Suspiró profundo y se sentó. Silencio. Ruidos de mocos alergicos en papel. El tiempo le quitó el vapor al cafe pero las galletitas permanecieron inmóviles en el plato de su abuela de la misma forma en que habían salido del paquete. Es mejor que te vayas entonces.
Era obvio. Me voy. Me da lástima porque no lo vas a encontrar, no vas a encontrar a nadie que te entienda como vos esperás que te entiendan. Cuando te seas más valiente, quizás alguien esté para descubir todo eso que aportás. Nos vemos Vera. Dejá, me abro yo.
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